Y aquí os dejo el fragmento que sigue a la primera parte de esta nueva historia. Nos metemos en el punto de vista de Breden el templario, conocido en el Círculo de los Esclavos como el Necronista, el que ve el mal. Además nos habla un poco de lo que ocurre en esa historia y de su familia. ¡Espero que os guste y gracias por leerlo!
Éter y Sangre I: La muerte de los Dioses . Parte 2.
Breden clavó su mandoble en el pecho de la última
quimera, pero casi no tuvo tiempo de suspirar cuando ya otro grupo le estaba
atacando. Giró sobre si mismo partiendo por la mitad a los tres monstruos que
intentaban atacarle y después continuó con el siguiente grupo. Eran miles y
vencerles llevaría mucho tiempo siempre que pudieran salir con vida.
Había dejado la batalla en Kartia para
aparecer en un desierto con gente a la que no conocía o a la que hacía muchos
años que no veía y empezar una nueva batalla contra aquellas criaturas creadas
por los Nuevos Dioses como se hacían llamar los nigromantes que habían
causado aquella gran guerra.
Los Nuevos
Dioses tenían un arma letal que llamaban “La creadora” no se sabía que era pero
si se conocían los estragos que causaba, había creado a los Jinetes del
Apocalipsis, cuatro bestias enormes que montaban caballos zombies sedientos de
sangre de cualquier ser vivo y a los que ni siquiera los temidos Laphar podían
enfrentarse. Estos jinetes representaban a la guerra, la hambruna, la
enfermedad y la esclavitud tras la muerte, las cuatro cosas que los Novoes como
se les conocían a los miembros de aquella terrible organización, deseaban con
fervor para todos los ciudadanos de Kartia. Los temidos seres habían comenzado una
lucha contra los Jinetes de la Muerte y los del Paraíso para robarles las almas
de todos los que morían. Habían matado a cinco de los de la Muerte,
ahora solo la Ira y la Soberbia luchaban por las almas para el Dios Nuru, y
solo quedaba uno de los Jinetes del Paraíso, la Templanza, que implacable
intentaba llevarse el mayor número de almas a su terreno.
Pero lo peor de todo
lo que “La Creadora” hacía era convertir a todas esas almas que sus jinetes le
traían en criaturas terribles, desde zombies que únicamente quieren matar a
cualquier ser vivo, a quimeras, personas deformadas y monstruosas a los que se
les atribuía el nombre de “creadores de almas” o incluso los llamados Novivos,
almas muertas que desposeídos de sus recuerdos en muchos casos o con éstos
modificados, que poseían los mismos poderes y habilidades que en vida tuvieran,
se dedicaban a comandar a las tropas de zombies y quimeras. Los animales
tampoco se salvaban, pues entre las huestes de los Novoes se encontraban los
Drambies, unos dragones cadavéricos, auténticos depredadores que no tenían nada
que envidiar a los Megadracos y a los Dragones Dorados; los caballos zombies de
los jinetes y de algunos Novivos, los sauriombies, dinosaurios, crueles y
despiadados, y un sinfín de criaturas más que habían convertido en sus esclavos
con el único objetivo de reclutar más almas.
Breden no entendía nada. Había pensado que estaba muerto que todo aquello era
una simple pesadilla antes de que su alma perteneciera a los Novoes, pero,
¿incluso en sus pesadillas le atacaban aquellas criaturas? ¿Y porqué Laen,
Êrhar , Darea, Hanuk y todos los demás le acompañaban? Él siempre había pensado
que el día de su muerte volvería a ver a su familia a su amada Vera, a la
pequeña Volka, a Brön, y a la recién nacida que no llegó a conocer, Asdis. Ese
era su mayor deseo volver con los suyos, pero ahí estaba, como antes de
despertar en aquel lugar, luchando contra inmundas almas corruptas.
Atravesó a
dos esmirriados con su mandoble como si fueran una deliciosa brocheta de carne
de venado, después con su pierna se impulsó para sacar de los cuerpos su arma y
antes de que pudieran caer inmóviles en el suelo con un rápido y certero
movimiento cercenó ambas cabezas. Aquellos viles engendros después de un tiempo
volvían a ponerse en pie y la única forma de que esto no ocurriera era
destrozando sus cuerpos, mutilándolos, decapitándolos, quemándolos o
haciéndolos pedazos, así “La Creadora” tendría que crear un nuevo cuerpo para
ese alma y esto a ellos les daba un poco de ventaja.
Miró de reojo a Laen
aprovechando los instantes de libertad que le brindaba el siguiente grupo de
zombies. Ésta se encontraba luchando contra cuatro monstruos, al primero de
ellos le esquivó un zarpazo de una forma casi artística para después clavarle
el estoque en la garganta. Laen no solía usar su estoque pero cuando lo hacía
deleitaba con un precioso espectáculo a todo aquel que pudiera contemplarlo. La
chica era ágil, rápida y sensual con aquella arma, algo que cambiaba radicalmente
cuando utilizaba la espada, pues se convertía en alguien fuerte y brutal. Por
desgracia Breden no podía disfrutar del precioso espectáculo de Laen y tenía
que centrarse en sus enemigos.
Al nuevo grupo que se le acercaba de bastante
mayor número que los anteriores, pues pudo contar a ojo unos quince, se les
había unido una quimera un hombre de más de dos metros que blandía un hacha
enorme. Breden apretó con fuerza el mandoble dispuesto a cargar contra el
grupo antes que la quimera, pero como un destello de luz vio pasar a Êrhar.
-¡Me encargo de los pequeños tu ves a por el grande!-
Breden sonrió, echaba de menos a aquel joven muchacho que años ha había
conocido, ahora hecho todo un hombre le había demostrado que la edad y la
soledad a la que se había sometido no le habían cambiado tanto como pensaba.
Contento de haber recuperado a su viejo amigo o al menos de haber atisbado un
segundo resquicio de lo que él había sido, pues el primero lo había demostrado
tomando la iniciativa en aquella batalla y demostrando que un Ejecutor siempre es
y será un ejecutor, Breden se dirigió hacia la quimera dispuesto a acabar con
ella como había hecho con los anteriores.
Éter y Sangre: La muerte de los Dioses by Lidia Rodríguez Garrocho is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported License.